Dessa vez não deu pra mim. Nem pra mim, nem pra qualquer outro cidadão que não espanhol. (471 microrrelatos recebidos de 21 países, 10 finalistas espanhois, 8 dos quais de Navarra) É natural que assim seja. Vivendo lá e sendo melhores conhecedores das tradições da própria festa, mais fácil será escrever sobre ela, sobre as emoções e sentimentos que a envolvem.
O Certamen, cujo resultado se pôde assistir ao vivo na internet, premiou 10 microrrelatos bastante interessantes, emotivos e de rara beleza. Vi algures no blog da organização do concurso alguém dizer que o microrrelato é como que os cem metros rasos da literatura e, talvez, a prova máxima na arte de escrever. Cada vez mais o acredito e concordo.
Deixo abaixo o microrrelato vencedor deste ano (SIETE CENTÍMETROS, de Alberto Eransus Antoñanzas), o do ano passado (Un día sin lavar de Isabel Azcona) e o meu "Pobre de mí". (tendo em conta que não saí vencedor, tampouco fiquei entre os finalistas, faz todo o sentido. Lol)
SIETE CENTÍMETROS (de Alberto Eransus Antoñanzas)
En una terraza de la Plaza del Castillo, casi vísperas de fiestas, recordó la advertencia del médico que aún retumbaba en su cabeza: ”nada de alcohol, tabaco, comidas grasas, sobresaltos, altas temperaturas, espacios concurridos ni multitudes. Tranquilidad y buenos alimentos.” No podía ser ni quería creérselo. Sólo pensar a lo que debía renunciar le entraban ganas de llorar: el almuerzo del seis con la cuadrilla, la lluvia de champán en el chupinazo, la comida del siete, la sangría taurina en la solanera con la peña, las noches y los días fluyendo en tiempos y modos sanfermineros. Pero sobre todo, por encima de estos actos, lo que más amaba: el encierro. Esto sí que se lo subrayaron: “nada de actividades intensas ni deportes de riesgo.”
Apurando el café, notó en el bolsillo del pantalón algo que le incomodaba: era un sobre. Al abrirlo, sus ojos empezaron a nublarse. Era el abono de los toros, completo. Detrás de la entrada del 14, otro papel, distinto: una foto en blanco y negro, borrosa, en la que se adivinaba una forma de siete centímetros. Mientras unas lágrimas se aventuraban sobre su incipiente tripa, esbozando una sonrisa, se consoló pensando: Tú me darás mil alegrías en los próximos sanfermines.
Un día sin lavar (de Isabel Azcona)
Queda ya lejano el nudo en la garganta que no me dejó contestar con ¡viva! el viva al Santo, justo antes de que comenzara todo. Un año entero esperando me impide dejar de disfrutar cada minuto... pero el cansancio no perdona.
De vuelta a casa me cruzo con familias que van a los gigantes. Me miran. Todavía son visibles las consecuencias del "cumpleaños feliz" que cantamos a la guiri del tendido.
Es tardísimo otra vez, mi madre está enfadada. "Llámame para los toros", le digo mientras dejo la ropa sucia en el suelo de la cocina, como siempre. No contesta, pero me avisa a las cuatro levantando la persiana. Se le debe de haber pasado el enfado porque la camiseta y el pantalón están lavados y planchados.
Me duele tremendamente la cabeza, será sólo hasta el himno de Eurovisión, así que saco el abono del cajón donde lo guardo como un tesoro desde junio. Hoy es domingo, toca "miuras". Saludo al portero mientras desdoblo la entrada. Es la de ayer, dice. No, día 11, la de hoy, contesto. Hoy es 12, murmura algo extrañado. Miro a mis amigos que señalan el 12 en sus pases. Ayer no viniste. Tu madre dijo que estabas dormido.
Pobre de mí (de R.B. Côvo)
Ese año lo haré, dije a mi papá. Soy pequeño, pero soy un hombre.
Papá me miraba con una sonrisa y volvía sus ojos para mi mamá. Mamá era muy tranquila, no decía ninguna palabra, solo pegaba el biberón del refrigerador, lo calentaba y me enviaba al cuarto a tomar la leche.
Un día todo trajeado de blanco, bufanda roja en las manos, salté la ventana y huí.
A las ocho de la mañana cuando soltaron el chupinazo me sentí vibrante, corrí lo más que pude, los toros me persiguiendo, corazón pulsando, “corre, Paco, corre, agarra la bocina, agarra la bocina”, mamá gritaba en el otro lado de la calle, “oh, es mi hijo, mi hijo, lo vea… ¡Que orgullo! ¡Mi hijo!”, gritaba papá mientras yo cabalgaba un toro marrón, “¡Oh, soy un hombre, un hombre! ¡Mira, Carmen, como soy corajoso! ¡Mira!” Y Carmen, en la ventana, me dio adiós, contenta e feliz.
Yo me sentía tan fuerte como el rey, tan corajoso y valente como la armada, invencible e intocable.
Cuando llegué a la plaza se ligaron las luces.
- Paco, ¿qué pasa? ¡Despierta!
- Oh, mamá, ¿fue un sueño? ¿Y
Carmen no era cierto? Pobre de mí.
No próximo ano agarro o touro pelos cornos.
¡Hasta!
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